domingo, 6 de julio de 2014

El intendente de Arequipa Antonio Alvarez y Jiménez http://repositorio.uasb.edu.ec/bitstream/10644/1748/1/RP-22-ES-Marchena.pdf

http://repositorio.uasb.edu.ec/bitstream/10644/1748/1/RP-22-ES-Marchena.pdf

Antonio Alvarez  y Jiménez fue un oficial del ejército que, nacido en España, poseía amplia experiencia americana: había estado en Lima, en Buenos Aires y la Banda Oriental con la expedición de Ceballos, y luego había regresado a Europa donde participó con su regimiento en el sitio de Gibraltar. Siendo Capitán, y dado el peso político que los militares expedicionarios del Plata alcanzaron en la Corte, fue nombrado Intendente de Arequipa, llegando a su jurisdicción en 1785[1]. Ascendió a Brigadier del Ejército, destacado en Lima, fue nombrado Gobernador de Chiloé en 1804, donde permaneció hasta 1812. Casado con una criolla de gran fortuna y prestigio, sus hijos fueron luego destacados militares republicanos tras la Independencia.

Nada más llegar se aplicó rigurosamente, como militar que era, a cumplir la Instrucción de Intendentes y las órdenes particulares recibidas. Y lo primero era la visita, con sus preguntas y requerimientos. Seis meses empleó en prepararla concienzudamente, planificada casi como una operación militar, rodeado de un equipo de expertos: cartógrafos, topógrafos, juristas, baquianos y peritos en la región; y solicitó para llevar a cabo la expedición que se les abonasen salarios a todos, cosa que desde Lima se le negó rotundamente, tanto por parte de Escobedo como del virrey Croix. Ambos le dijeron que la reforma de su intendencia no se lograría de la noche a la mañana y que comenzara atajando los problemas que presentaran pocas dificultades: debía consultar todo con Lima e ir despacio[2].   

 

En todo caso él siguió adelante, queriendo interpretar disciplinadamente las intenciones políticas  de Madrid, y eligió lo que le pareció más interesante, novedoso y primordial: el estudio y descripción de un volcán que tenía aterrorizada a la ciudad, con lo que el requerimiento de la metrópoli de conocer, lo entendió literalmente; y quizás también porque que la montaña fascinó al Intendente. No todos los días un militar se encontraba frente a un volcán como el Misti, tan impresionante, que unos años antes había medio desbaratado a  la ciudad. Estudiarlo y, ojalá, dominarlo, en una demostración de ciencia y autoridad,  debió de ser, todo muy en el sentido de la época, doblegar a la naturaleza y ponerla del lado del progreso, el deseo del Intendente. Qué es lo que hicieron con la descripción del volcán que tantos esfuerzos costó llevar a cabo, es algo que podemos imaginar; a lo más, serviría de lectura curiosa a un golilla en un oscuro despacho de la Corte.

 

Lo cierto es que el Intendente envió una expedición a escalar el volcán Misti, que se eleva sobre la ciudad, levantando planos de sus laderas e incluso del mismo cráter, en una ascensión que casi acaba con los arriesgados supuestos vulcanólogos: dos oficiales militares, un cartógrafo y un vecino acaudalado de la ciudad, a los que se les sumaron varios indios cargadores; cargadores que en el último repecho, enterrados en ceniza y casi asfixiados, se negaron a seguir en un acto de sensatez, siendo científicamente impelidos a ello a fuerza de amenazas y algún pescozón. Esta ascensión motivó un completísimo informe del Intendente, que acompaña a la Visita, con todo tipo de observaciones físicas y químicas, y donde hace constar que, para que en la ciudad creyeran que, efectivamente, habían llegado a la cima, había ordenado que los expedicionarios tirasen desde allí gran cantidad de fuegos artificiales. Con ello, según Alvarez y Jiménez, quedaron todos los vecinos convencidos de que con él las cosas iban en serio, y que no había nada demoníaco en un simple volcán. No obstante, también mandó colocar en la cima una cruz de hierro, que le dio el Obispo Fray Miguel de Pamplona, y que fue ascendida trabajosamente hasta allí arriba a lomo de indios.  Ciencia, pero también tradición. Obviamente, semejantes cálculos e informaciones durmieron el sueño de los justos en el legajo de la visita[3]. De cualquier manera, es un informe de interés por los datos que aporta.

 

Del mismo modo, visitó también las salinas cercanas al volcán, dando lugar a otro copioso informe sobre sus características físicas y geográficas, la composición química de sus aguas y minerales, su posible aprovechamiento, los rancheríos comarcanos, levantando otro mapa que abarca buena parte de la región, desde el volcán de Ubinas, en el distrito de Moquegua, hasta el Misti en el de Arequipa[4].  

 

El Intendente no se desanimó por las escasas facilidades que le dieron en Lima para llevar adelante su cometido, y en diciembre de 1786 comenzó la visita por el partido de Chiguata, año tras año, por Condesuyos, Moquegua, Arica, etc…

 

Los pueblos visitados en total fueron:

 

Partido de Arequipa: Ciudad de Arequipa, parroquia de Santa Marta, pueblos de Yanaguara, Cayma, Tio, Tiabaya, Paucarpata, Sabandía, Characato, Chiguata, Tambo, Vitor, Uchumayo.

 

Partido de Moquegua: Villa de Moquegua, pueblos de Torata, Carumas, Ubinas, Omate, Puquina, Pocsi.

 

Partido de Arica: Ciudad de Arica, Belén, Codpa, Tacna, Sama, Torata, Candarabe, Ylabaya, Valle de Locumba, Valle de Ylo.

 

Partido de Tarapacá: Pueblos de Tarapacá, Pica, Sibaya, Camiña.

 

Partido de Cailloma: Pueblos de Cailloma, Lari, Madrigal, Maca, Yanque, Tisco, Callalli, Sibayo, Chivay, Coporaque, Achoma, Cabana, Guambo, Pinchollo, Lluta, Murco, Guanca, Taya, Tarque, Valle de Siguas.

 

Partido de Condesuyos: Pueblos de Chuquibamba, Pampacolca, Viraco, Machaguay, Andagua, Chachas, Choco, Llanca, Cayarani, Salamanca, Chichas, Belinga, Andarai, Yanaquigua.

 

Partido de Camaná: Villa de Camaná, Valle de Quilca, Valle de Siguas, Valle de Mages, Pueblo de Caravelí, Valle de Atico, Valles de Chala, Chaparra, Guancaguano, Acarí, Yauca, Taqui.

 

En 1792, envió, al fin, los resultados a Floridablanca, a quien dedica su trabajo.

 

Las impresiones de Alvarez y Jiménez las expuso en un largo documento[5], a modo de introducción general, que antecede al expediente general de la Visita. Comienza con una reflexión sobre la naturaleza política de las relaciones entre América y España, y sobre el fracaso de estas relaciones. El Intendente, antes de exponer los datos cuantitativos, quiso resumir su pensamiento: si en Madrid el Ministro Ilustrado deseaba saber el estado de las cosas en las colonias, en este caso en su distrito de Arequipa, debía conocer no solo qué sucedía sino porqué; si no, todo lo demás será inútil. La información, por sí misma, no le llevaría al conocimiento: 

 

"Es bien notorio a Vuestra Excelencia, por la historia de los tiempos, que el establecimiento de los españoles en este reino del Perú no ha sido siempre sobre principios tan ordenados que hayan obrado en él un sistema de gobierno igualmente útil a los nuevos vasallos que a la misma Corona… La distancia del trono, la extensión grande de estos reinos y el corto número de enviados por entonces obligaban casi sin arbitrio a la tolerancia de ciertas franquezas.

…. De aquí es que los indios no dejaron de ser bárbaros porque dejaron de ser idólatras. La incultura, el desgreño, y la falta de una obediencia religiosa, al mismo tiempo que muy agobiados, hacían su carácter, hasta ser reputados como una especie irregular entre los mismos racionales"[6].

 

El fracaso político partía de una pésima administración:

 

"Ya es preciso decirlo: el reino peruano parecía más la porción heredada de los conquistadores que la posesión justa del monarca conquistador. Aquellos lo dividían entre sí haciendo de señores sobre sus gentes y sobre sus riquezas, y la magnificencia del Soberano, aplicada siempre a compensar los servicios, autorizaba por entonces sus decisiones con el título de Encomiendas. Los indios, no esclavos, pero sujetos a la servidumbre con el nombre de yanaconas, habían desfigurado la idea de su Rey y señor natural, y hecho prevalecer la de sus respectivos encomenderos, a los que tributaban sin oposición el sudor de su trabajo. Una constitución de este género no podía inspirar en ellos ni la nobleza de espíritu, ni el amor a sus jefes, ni algún deseo por las ventajas del reino. Frugales por desidia, templados por inacción y humildes por inercia, ni los inquietaba el mal ni los alentaba el bien; siempre tristes y siempre sobresaltados en el cumplimiento de sus designadas tareas, empleaban el ocio en unas canciones melancólicas que testificaban por todo su barbarie y su miseria"[7].

 

Pero si la solución al problema de los encomenderos fue el establecimiento del régimen de corregidores, continúa Alvarez y Jiménez, tan malo fue el remedio como la enfermedad: 

 

"… Tal era el estado de esta nación, mientras que el tiempo y la experiencia fueron acabando poco a poco la propiedad de las encomiendas. Entre tanto, se había ordenado ya la división de las provincias colocando en ellas unos jefes de justicia que con el nombre de Corregidores pudiesen gobernarlas, según los planes y máximas de la más sana legislación. Con este objeto se formaron aquellos partidos entre sus naturales que hasta hoy se conservan con el nombre de ayllos, y se dio acción al derecho de sus caciques, como a unos jueces subalternos para llamarlos con facilidad al gobierno civil….

… Los corregidores, vuelvo a decir, pasaron hasta el exceso de unos comerciantes disfrazados con la investidura de jueces. Su empeño no era otro que el logro en sus repartimientos. Ni archivos ordenados, ni rentas arregladas, ni propios establecidos, ni pueblos o visitados o civilizados, ni causas substanciadas y finalizadas, ni oficinas planificadas, ni casas a beneficio del Rey o del público erigidas, ni cosa alguna de las que pueden contribuir al cumplimiento de las sabias providencias con que procuraba España la civilización de estos pueblos; pues corriendo todo al fin de los propios intereses de estos particulares, cualquier otra diligencia se consideraba odiosa para asegurar las pagas del indio deudor"[8].

 

Para el Intendente, el orden colonial, que era exactamente el que teñía que analizar, quedaba completamente fuera de control, los "reglamentos viciados" y "la causa del Rey, resfriada", contando con la complicidad, a su entender, del aparato de gobierno, en el que incluye a los obispos: 

 

"…Una conducta tan irregular (la de los corregidores), no podía sostenerse sino por las fuerzas de muchos protectores, que interesados también en las ganancias, oscureciesen la verdad y entorpeciesen el recurso de los clamores al trono. De aquí es el uso de una libertad viciada que se ha creído siempre como propiedad de la Nación Peruana. La verdad desconocida, la buena fe desterrada y los tribunales casi sin fuerzas para proveer de remedio a tantos males, la causa del Rey sin el debido apoyo y la religión misma parecían resfriarse en los ánimos de los neófitos y aún de los veteranos…

… Era entonces aquel estilo pernicioso que hasta hoy pretende viciar los reglamentos del reino. Los obispos se aprovechaban de la incuria de los corregidores y, al pretexto o realidad de una compasión exorbitante, tomaban plaza en los derechos del Estado… por lo que se veía gemir a los beneficiados bajo la prepotencia de sus obispos. Estos obraban a su arbitrio y por partidos sobre las elecciones de alcaldes y recibían de ellos el compensativo de ciertas humillaciones que degradaban su autoridad…[9]"

 

Estos males habían de tener remedio con la aplicación de la nuevas medidas de reforma, señala el Intendente, de las cuales él se muestra un adalid inquebrantable, algo así como los ojos y las manos del Ministro ilustrado, en este caso Floridablanca. El discurso también se vuelve, por momentos, adulación:

 

"…Pero llegó el tiempo en que debía mudar de semblante, este tiempo feliz en que puesta Vuestra Excelencia, como el custodio fiel del reino español, ha hecho ver a todas las naciones que es la sabiduría la que lo vence todo, la que lo ordena todo, y por quien todo recibe la gloria y el honor…

…. Yo sé bien que una ligera reflexión sobre lo que ha sido España y sobre lo que es hoy bajo los auspicios de Vuestra Excelencia sería bastante para acreditar los oficios de su solicitud. Pero sé también, que no es su mérito como la luz de esas antorchas que sólo aumentan su resplandor por la opacidad de los cuerpos que se les oponen; él brilla por sí solo, es un tejido de acciones gloriosas que la Nación debe respetar, debe agradecer y debe contar como la época de su exaltación….

…Tal es la obra del espíritu universal con que Vuestra Excelencia la anima y la sostiene. De este espíritu, que sin parecer agitado sobre las grandes y multiplicadas ocurrencias que han rodeado a la Corona, lo abraza todo y lo ameniza todo con la misma serenidad que esos ríos famosos, sin perder un punto de las fuerzas de sus caudales. … ¡Qué de operaciones las más sabias en los negocios secretos del Estado, qué combinaciones y qué medios para poner a raya las pretensiones inquietas de las naciones extranjeras! ¡Qué sagacidad y qué templanza para moderar sus insultos!…"[10].

 

Y señala cuáles son pilares de esta nueva política:

 

"...No soy yo, señor excelentísimo, el que pueda dar una idea justa de este genio tan general y benéfico con que Vuestra Excelencia ilustra y felicita nuestra Nación. … Hablo de tantas ciudades civilizadas, de tantos caminos allanados y embellecidos y de tantas sociedades instituidas, de esa agricultura restaurada, del comercio arreglado y de las dos arquitecturas ilustradas: de aquella Marina aumentada, de los cuerpos militares ordenados, de los nuevos canales rasgados, de los puertos resguardados y de tantas fortificaciones o elevadas o reparadas, de esas Universidades reformadas, de esos Colegios plantificados y de tantas casas de piedad, de economía y de giro que aseguran la educación, la salud, y los intereses de la Corona. Pero, ¿qué hago yo, señor Excelentísimo?. Parece lisonja y no es más que un ligero apunte, el que basta para persuadir la fuerza del celo, del amor y de la fidelidad con que Vuestra Excelencia se ha conducido para desempeñar la confianza con que la han distinguido nuestros sabios y piadosos monarcas…"[11].

 

Pero, de pronto, como entrelíneas, Alvarez y Jiménez, introduce la médula de su discurso: reflexión sobre la realidad, para abrir los ojos:

 

"…Que se reflexionen las causas que ordenan el gobierno interior del reino y se verá por todas una especie de nueva legislación  que hace más efectiva y más segura su utilidad… La distancia que separa a Vuestra Excelencia de estos vastos reinos no ha podido embarazar la valentía de su espíritu sobre los intereses del Soberano y felicidad de sus naturales… Tal es sin duda la vasta y justificada idea que Vuestra Excelencia ha concebido en la plantificación de las Intendencias en estos Reinos y que resulta con primor en los sabios artículos que ordenan sus reglamentos… El Reino Peruano se considera en mejor suerte, y superior, a la bajeza en que estaba constituido por la conducta de los Corregidores, hace su gloria del nuevo esplendor que le presta la nueva forma de gobierno, y formando comparación entre el Perú antiguo y moderno clama en voz bastantemente perceptible y reconocida que debe a Vuestra Excelencia el haber abierto los ojos sobre lo que debe al Rey y lo que se debe a sí mismo..."[12].

 

Por todo ello, el Intendente considera que la Visita, personal y cuidadosamente llevada a cabo, es el mejor instrumento para alcanzar el conocimiento y, desde éste, implementar una buena política:

 

"…Las meditadas operaciones que cada gobernador intendente ha debido formar de sus respectivas provincias serán pruebas que me excusan de cuanto podría añadir sobre la verdad de estos sentimientos; y Vuestra Excelencia lo observará mejor, siempre que se digne de echar la vista sobre lo que importa el cuerpo de esta pequeña obra. Porque es que, guardando el orden de las causas principales de Justicia, de Policía, de Hacienda, Guerra y Patronato, hago ver en sus respectivos planes lo que fue Arequipa al mando de los corregidores y lo que es hoy al gobierno de las Intendencias…"[13].

 

Una Visita realizada en medio de arduosísimos trabajos, entre los que destaca la búsqueda de la información, puesto que los archivos son un caos, y ello cuando existen: 

 

"…Todas ellas publican mi estudio, mi aplicación y mi trabajo cerca de siete años continuados, a fin de darles el curso y el esplendor que se pretende en los artículos de las Reales Ordenanzas. Pero, ¿qué digo? ¿Lo publican?. Aún es mucho, Señor Excelentísimo, lo que ellas no pueden anunciar y que ha sido necesario vencer para su arreglo. La fatiga en el registro de los archivos del Cabildo y de la ciudad habría sido menos costosa y molesta, si cada uno de éstos no fuese como el caos de la antigüedad de este reino en el que se debiese procurar una nueva creación de instrumentos. ¿Y qué deberé decir de los que casi no se encuentran en las villas y lugares de los siete partidos que componen esta provincia?…"[14].

 

Caminos farragosos, copiosos gastos y nula ayuda proporcionada por subdelegados y párrocos, es el panorama que el Intendente ofrece sobre los avatares de la Visita. Una información arrancada en sus observaciones personales, puesto que nadie se la proporcionó ni nadie la había acumulado anteriormente:

 

"…Unas visitas actuadas con frecuencia, penetrando por las provincias más rudas y más agrias, en las que cada paso es un precipicio y cada temperamento dispone a diferentes enfermedades; siempre en nuevas observaciones, siempre con crecidos gastos y siempre atento a los socorros de los muchos oficiales que han debido trabajar en su examen y ejecución. En vano es que yo haya solicitado el socorro de las noticias de los curas y subdelegados. Porque, ¿qué utilidad la de este recurso si ellos no han podido ganarlas en los libros que no había, ni en las memorias de los ancianos, que jamás las han visto?. La visita personal y lo que se ha podido añadir con arreglo a las leyes y a las nuevas ordenanzas forman el cuerpo y la división de esta obra…"[15].

 

Cuando firma este informe, en Arequipa, 1792, han pasado siete años. Ciertamente Alvarez y Jiménez dedicó todo el tiempo a este trabajo de adquirir las que él consideró "noticias verídicas":

 

"…Aunque ha sido infatigable mi deseo en procurar por todos los medios y arbitrios posibles adquirir completamente las noticias verídicas, que sirviesen para formar un cabal concepto y pleno conocimiento del terreno que comprenden los siete partidos sujetos a este gobierno e intendencia, desmenuzando no solamente sus particulares producciones en los tres reinos mineral, vegetal y animal…"[16].

 

Pero reconoce sinceramente que no lo ha logrado fácilmente:

 

"…no los he podido conseguir con la brevedad que mi anhelo apetecía, por depender de las que debían de pasarme los empleados subalternos en los lugares de toda esta jurisdicción…"[17].

 

A partir de aquí, indica cómo se puso a la tarea:

 

"…El día 13 de noviembre de 1785 me recibí en el mando y tomé posesión del gobierno de esta provincia y desde ese tiempo, sin perderlo, comencé a expedir las órdenes oportunas para establecer el nuevo Plan de Intendencia….  me pareció ser llegado el tiempo oportuno de ejecutar la visita de esta provincia para con la seria reflexión tomar un cabal conocimiento de lo conducente al aumento de la agricultura de sus pueblos, a excitarlos al comercio e industria y a proteger el gremio de minería, procurando por todos los medios llenar las leyes del título 2 del libro 5 de la Recopilación de Indias…

…. para lo cual di principio el día 1º de diciembre del año de 786 en el pueblo de Chiguata, cinco leguas distante de la capital de esta provincia y dentro del partido de su nombre…"[18].

 

Y así comienza:

 

"… La primera diligencia que se practicaba en cualquier pueblo de los visitados era celebrarse una misa con toda solemnidad, rogando a Dios por el acierto de la visita por ser en honra y servicio suyo, en el de nuestro amabilísimo Soberano y en bien común del público, a cuyo fin se le escribía al párroco o a su teniente para que si quisiese por sí celebrarla, lo ejecutase, ofreciéndole la obención correspondiente, previniéndole convocase a su feligresía a efecto de que oyese el santo sacrificio y la plática que el párroco, su teniente o el capellán de visita hiciese con anuencia del primero, promoviendo al auditorio al santo temor de Dios y al amor y reconocimiento del Soberano, cuyas reales y piadosas intenciones en la visita se enderezaban con el mayor celo al alivio, comodidad y mejor fortuna de sus vasallos.

 

Señala cuáles eran los mecanismos que se empleaban en cada pueblo al comenzar su visita: 

 

"…Conforme a los artículos 17 y 18 de la Real Ordenanza, se amonestó a los jueces subalternos mantuviesen en paz y quietud a sus moradores, procediendo sin pasión o venganza en el despacho de sus ministerios, instruyéndome con toda reserva de la conducta de cada uno por personas de juicio y crédito para poner el remedio conveniente, indagando al mismo tiempo si los gobernadores, caciques o cobradores de tributos, oprimían a los indios, los castigaban o hacían trabajar forzosamente sin prest; si las aguas o mitas de éstos están bien distribuidas o se les usurpaban por algunos españoles y si era necesario, para el mejor arreglo de ellas, nombrar alcalde sobre este ramo, extinguiendo al mismo tiempo el abuso de pongos y mitayas que por costumbre y corruptela antigua tenían los curas, gobernadores o mandones, esclareciendo las fincas o bienes de comunidad, formalizando su establecimiento y administración de su caja, según los artículos de la Real Ordenanza, y averiguando los Propios y Arbitrios y su inversión, para poder ejecutar el reglamento interino y particular que encarga y ordena el artículo 27, cuidando al mismo tiempo de las multas y penas pecuniarias que hubiesen impuesto o impusiesen las justicias subalternas, para evitar su ocultación o malversación, encargándoles llevasen cuenta exacta de este ramo con presencia del artículo 51, que para su cabal cumplimiento se les hacía inteligible…"[19].

 

Mientras se averiguaban todos estos detalles, se iban realizando los mapas de la zona:

 

"…Valiéndome de la ocasión de esta visita, cuya estación era la más propia para mandar levantar los mapas topográficos que ordena el artículo 53 y noticias que previene el 54, llevé conmigo y a costa de mi pecunio a don Francisco Vélez, secretario de esta intendencia, quien podía llenar la soberana intención en este particular, como se ejecutó, levantando los de las doctrinas de Chiguata y Characato con distinción de sus términos, montañas, ríos y demás particularidades, practicando también la relación individual del temperamento y calidades de sus tierras, de sus producciones en los tres reinos de la industria y comercio, activo y pasivo, con todo lo demás que encarga el último citado artículo. Levantáronse así mismo planos de una famosa salina que hay dentro del término de la primera doctrina y del volcán, a cuyas faldas está situada por la parte del sur y por la del sudoeste esta ciudad de Arequipa…"[20].

 

Luego, señala el Intendente, se procedía a conocer puntualmente acerca de aquellos detalles solicitados en los cuestionarios, desde los sembríos de lino y cáñamo, "como si era necesario abrir nuevas acequias para el regadío, y si podrían aprovechar algunas aguas subterráneas, si el temperamento era a propósito para la cría de ganados mayor y menor, las maderas que producían sus valles y montañas, las resinas, frutos y demás especies con que se podía formar comercio, los ríos que permitían hacerse navegables, el costo y utilidad que de ello podría resultar, los puentes que se necesitasen construir o refaccionar, con el cálculo de su monto, los caminos que se podían enderezar y mejorar con la seguridad de ellos, los puertos y caletas que hubiese en la costa de esta provincia capaces de abrigar embarcaciones, los más propios y adecuados para el comercio de estos mares… si los ayuntamientos de indios cumplían con su ministerio, si sus juntas las verificaban en la casa destinada y si sus elecciones las practicaban con la libertad que les concedían las leyes… las inclinaciones, vida y costumbres de estos moradores… si en los tránsitos y caminos hay las ventas, mesones, posadas o tambos con los comestibles necesarios a los pasajeros para hacer por este medio más cómodos los transportes… el estado de las cárceles, edificios públicos y del Rey… la casa de recogimiento y enseñanza para las indias y escuela de indios… quiénes cortaban, falsificaban y viciaban las monedas de oro y plata o los mentales de ellas…  Se procuraba de pueblo en pueblo y de lugar en lugar tomar individuales noticias de todas las rentas, y derechos reales de su origen, progreso, y último estado… con esmero se solicitaba secreta y reservadamente cómo se procedía en el repartimiento y exacción de los pueblos y haciendas encabezadas por el ramo de alcabalas o cualquier otra finca, si se cargaban a los vecinos con consideración a sus caudales, tratos, negociaciones, y granjerías… si se arrendaban o administraban los puestos públicos en beneficio del común… los padrones y tasas de tributarios, si por la última matrícula habían quedado algunos ocultos sin pagar esta justa contribución… si había en los cabildos u otro cualquier lugar algunos oficios vacos de los vendibles y renunciables… Los sínodos de los curas párrocos… de qué ramos se satisfacían… en los lugares donde se hallaban minas y en sus Reales Asientos se examinaba si cada uno de ellos estaba provisto del abasto conveniente y oportuno… si las labores guardaban la seguridad y firmeza que se requieren, pues muchas veces por la codicia de los dueños no se dejan puentes, causando con ello la desgracia de los derrumbes. Si tenían mita de indios para el trabajo concedida por la superioridad, registrando sus títulos, calidades y condiciones, a fin de que se cumpliesen… si éstas las trabajaban indios espontáneos, si se les trataba bien como encarga Su Majestad… si los dueños de minas tenían cubiertos y forrados los pilares que hacen el principal sustentáculo de sus minas, y si los barrenos y tiros se ejecutaban con las precauciones debidas para evitar fuesen heridos o lastimados los trabajadores, y si a éstos en semejantes casos se curaban a costa de los patrones… Si se extraviaban marcos de piña o no se pagaban los quintos y demás reales derechos… Si a los mineros se les vendían los materiales por justos precios… si el Libro de Matrículas estaba bien formado y en poder del juez ordinario y escribano de minas y si las elecciones de diputados y sustitutos se hacían presidiéndolas dicho juez real… si por el laboreo de minas dejaban los indios y demás operarios de estar bien impuestos en la doctrina cristiana, de oír misa y rezar el rosario…También se reconocía en los lugares que se iban visitando si había algunos cuarteles o almacenes del Rey, su estado y medios de su perfecta conservación. Se tomaba exacto conocimiento de los cuerpos milicianos que existían en cada uno de aquellos, pidiendo las listas de sus individuos a sus respectivos jefes, con las armas y demás utensilios que contenían…"[21].

 

Como puede observarse, la visita era, o debía ser, exhaustiva. Y finalmente,

 

"…por los Padrones y Libros de Bautismos y Entierros se formaba cómputo del número de feligreses con separación de sexos, castas y edades… Procurábase, en fin, según los lugares, villas, pueblos o ciudades, tener muy a la vista las leyes, Reales Cédulas y soberanas disposiciones para cumplirlas y ejecutarlas y hacerlas cumplir y ejecutar, conforme los casos y circunstancias que ocurrían. Bajo cuyo pie se verificó la visita del primer pueblo de Chiguata, cerrándose ésta en 11 del mes de diciembre del indicado año de 86, y se siguió en el de Characato, distante del anterior 3 leguas, el día 14 de dicho diciembre, concluyéndose el 20 del mismo, cuyo Libro de Visita comprensiva de ambos se dirigió a Su Majestad el 30 de enero de 84 y a la superioridad de este reino el 20 de febrero bajo el nº 186"[22].

 

Es decir, que para el distrito de Chihuata, grande y extenso, tardó Alvarez y Jiménez, solamente 11 días, y 6 para el de Characato. Es un dato importante para hacerse una idea de la calidad de toda la información obtenida ante unos requerimientos tan amplios. Era, literalmente imposible, y él mismo lo va a indicar suavemente entrelineando su discurso, enterarse de tantas cosas, con fiabilidad, en tan poco tiempo y en un distrito tan grande. Así se entienden tantas generalidades. Y si esto sucedía en las visitas de "primera mano", es de imaginarse qué pasaría en las visitas delegadas.

 

Algunos meses después ya estaba el Intendente de nuevo en campaña:

 

"…Determiné seguir la visita, comenzándola el 2 de junio de 88 en los pueblos de Sabandía y Paucarpata, cerrándose la del último el 11 de dicho mes bajo el pie y reglas anunciadas en la de Chiguata y Characato, con sólo la falta de haberse levantado planos topográficos por no haber podido continuar ni costearse el sujeto que vencía estas operaciones, como se hizo presente en el respectivo Libro de Visita comprensiva de ambos pueblos que se dirigió al ministerio el 27 de octubre del citado año de 88 y al virreinato de este reino el 25 de agosto del propio nº 464. Seguidamente se abrió la de la parroquia de Santa Marta y pueblo de Yanaguara el 1º de julio del mismo año y se concluyó el 23, cuyo libro se remitió a la corte el 27 de octubre del expresado año y al superior gobierno de este reino el 26 de febrero de 89 bajo el nº 639. A continuación se siguió la del pueblo de Cayma que dio principió el 5 de febrero de 89 y se finalizó el 19 del propio y su libro se dirigió a la Corte el 15 de abril y el 4 del citado mes al virreinato de este reino bajo el nº 682…"[23].

 

Y ya casi sin solución de continuidad:

 

"…llegada la estación propia y aparente para seguir la visita, la ejecuté en los pueblos del partido de Condesuyos de Arequipa comenzándola por su pueblo capital nombrado Chuquibamba el 3 de junio de 1790 y seguídose en los de Pampacolca, Viraco, Andagua, Chachas, Salamanca y Andaray hasta el 3 de agosto en que se cerró, no habiéndose podido visitar los de Choco y Cayarani por lo fragoso de sus caminos y porque la pobreza de sus pueblos y el no haber en ellos rentas reales no permitían mejorar en ninguna parte su triste constitución, como se manifestó con individualidad en la actuación de visita del pueblo de Andagua, que con los demás pueblos de este partido se remitió al excelentísimo señor virrey de este reino con oficio nº 129 el 1º de octubre del año de 90 y a la corte el 2 de enero de 791"[24].

 

Por último, resume y explica por qué no siguió más, siete años después de empezada:

 

"…Estos son los pueblos y tiempos en que se ha practicado la visita de esta provincia, sin que se haya podido seguir en los demás partidos y pueblos que la componen por las forzosas atenciones a que se ha visto obligado este gobierno y porque los climas y temperamentos no permiten si no es con evidente riesgo de la salud el que se verifique en señalada estación del año, la cual no despreciaré como no la he despreciado para concluir la de toda la provincia, contrayéndome al presente con separación de causas a manifestar el estado actual de ella en todos sus ramos y resortes, con los adelantamientos y nuevos establecimientos que ha tenido y disfrutan sus moradores, por la benignidad con que nuestro Soberano ha plantificado el plan de gobierno de intendencias respirando la felicidad que apetece a sus amantes vasallos"[25].

 

Pero, aclara, todo este gran esfuerzo viene a ser inútil. Primero porque se demuestra que si él personalmente no hubiera realizado las visitas –por eso tardó tanto, justifica- no se habría obtenido ninguna información, o ésta acaso sería nimia. Es decir, la reforma no había servido de mucho si la nueva administración venía a quedar limitada al propio Intendente y a la poca gente que él pagaba de su propio salario, y cuyo marco de actuación parecía limitarse al suelo que pisaban.  ¿Qué sucedería con todos esos asuntos, todos esos ramos visitados en todos esos pueblos, en el instante inmediatamente después de que el Intendente abandonara la localidad? Alvarez y Jiménez no da respuesta a esta pregunta, pero escribe:

 

"por más visitas o revisitas que se repitan o practiquen, siempre habrá de tropezarse con el laberíntico, confusión, desorden y general trastorno en que, de presente, se han encontrado (los pueblos) y en que habrán de mantenerse, por no ser adaptable medio alguno que siquiera provisionalmente los repare..."[26]

 

Una triste conclusión para más de dos mil páginas y siete años de trabajo. Una triste conclusión además, si sabemos el destino final de toda esta información en Madrid. Como ya dijimos más arriba, el grueso expediente de la visita de Alvarez y Jiménez generó, por parte de los funcionarios en la Corte, comentarios del tipo "no se entiende", "es muy prolijo", "parece un almanaque", "no sabemos su utilidad", y, finalmente, que no enviara más.

 

Curiosamente, si no interesó en la Corte, sí interesó, muchos años después a un archivero anónimo. Estos manuscritos fueron depositados en las gavetas de la Secretaría de Estado en Madrid, y nunca nadie más los vio. Todos los documentos sobre América del Ministerio de Estado fueron conducidos al Archivo de Indias de Sevilla en 1871. Allí, el celoso funcionario que los catalogó, debió encontrar muy interesante el informe del Intendente de Arequipa, puesto que anotó de su puño y letra en el margen del documento: "Se sacó este libro, que va a formar parte de la biblioteca especial de este archivo, del legajo rotulado Indias.1719 a 1785. De los papeles que vinieron del Ministerio de Estado". Pero este celoso y curioso archivero dejó todo en su lugar: no lo separó, bien porque finalmente no le pareció lo suficientemente importante, o porque la biblioteca especial que menciona no se creó jamás[27]. Lo cierto es que el expediente se quedó en la Sección Estado, Legajo 75, del Archivo de Indias, mientras que el resto de la visita se halla en la Sección de Lima, dispersa por casi 12 legajos. El tiempo hizo también sus estragos hasta en la localización de los documentos, y es ahora el investigador el que tiene que revisitar los estantes para juntar lo que estuvo unido. No es para alarmarse: tampoco sabemos si todo esto hoy es de alguna utilidad.



[1] - Expediente militar en AGI. Lima. 1120. Fue reemplazado al frente de la Intendencia de Arequipa en 1796.

[2] - Correspondencia previa a la visita entre Alvarez y Jiménez, Escobedo y Croix en AGI. Lima. 646.

[3] - "Anadiplosis a la descripción topográfica del volcán de Arequipa nombrado Miste por los naturales, cuya relación presentaron los comisionados". 1787. Firmado por Francisco de Suero y Francisco Vélez. AGI. Estado. 75. "Plan del Volcán de Arequipa que antiguamente los indios llamaron Miste a cuyas faldas está situada la ciudad por la parte opuesta a él". AGI. Mapas y Planos de Lima y Chile. Nº. 102 b.                             

[4] - "Plan de las salinas que se hallan en la doctrina de Cchihuata del Partido de la ciudad de Arequipa, con explicación de los nombres de los cerros, caminos y ranchos que se hallan al margen de la laguna de dichas salinas". 1792. AGI. Mapas y Planos de Lima y Chile. 103.

[5]  - Expediente completo en AGI. Estado. 75. Doc. 58.

[6]  - Ibídem. Introducción. Fol. 1v.

[7]  - Ibídem. Fol. 2.

[8]  - Ibídem. Fol. 3.

[9] Informe del Intendente. Arequipa, 1792. AGI. Estado. 75. Págs. 90-91.

[10]  - Expediente citado. Fol. 4.

[11]  - Ibídem. Fol. 5.

[12]  - Ibídem. Fol. 6.

[13]  - Ibídem. Fol. 6v.

[14]  - Ibídem. Fol. 6v.

[15]  - Ibídem. Fol. 7.

[16]  - Informe sobre la visita. Arequipa, 1792. AGI. Estado. 75. Pág. 1.

[17]  - Ibídem. Pág. 2.

[18]  - Ibídem. Pág. 6.

[19]  - Ibídem. Pág. 17v.

[20]  - Ibídem. Pág.19.

[21]  - Ibídem. Pág. 22.

[22]  - Ibídem. Pág. 24.

[23]  - Ibídem. Pág. 110.

[24]  - Ibídem. Pág. 112.

[25]  - Ibídem. Pág. 114v.

[26] - AGI. Lima 806. Visita al pueblo y doctrina de Nuestra Señora de Characato.

[27] - Cristóbal Bermúdez Plata en el Catálogo de Documentos de la Sección Novena  del Archivo General de Indias (Sevilla, 1949), indica que estos documentos fueron incorporados al Archivo en 1871, y que  Pedro Torres lanzas fue el que los catalogó. Quizás él fue el autor de la nota al margen. Quizás, en lo de la biblioteca especial del Archivo de la que habla la nota, se refiriese a un intento de armar una especie de colección de documentos interesantes, segregados de sus secciones. Pero nada de esto se concretó. Torres Lanzas dedicó mucho tiempo y esfuerzos a  una obra que publicó en 1912, Independencia de América. Fuentes para su estudio. Catálogo de documentos conservados en el Archivo General de Indias de Sevilla. Madrid, Sociedad de Publicaciones Históricas, 1912. Definitivamente, el expediente de Alvarez y Jiménez durmió el sueño de los justos.   

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